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miércoles, 12 de febrero de 2014

Violencia juvenil en Guatemala

Situación demográfica:

Según el Código de la Niñez y la Juventud (Decreto 78-1996), se considera niño o niña a toda 
persona desde su concepción hasta los doce años de edad. La Organización de Naciones Unidas –
ONU- clasifica a una persona como joven si se encuentra entre los 15 y los 24 años de edad. A fin 
de poder conciliar ambas clasificaciones, en el presente documento se considera niño o niña a toda 
persona entre 0 y 14 años, y joven a aquellas que se encuentren entre los 15 y 24 años. 
 
De acuerdo a las proyecciones de población realizadas por el Instituto Nacional de Estadística, en el 
año 2009 Guatemala cuenta con una población equivalente a 14,016,970 personas. De acuerdo a la 
clasificación anteriormente mencionada, de ellas 5,876,669 son niños o niñas (41.93% del total de 
la población). En este grupo etario, la población masculina es ligeramente mayor (50.71%). Por su 
parte la población joven asciende a 2,836,561 personas que representan el 20.23% del total de la 
población. A diferencia del grupo etario anterior, dentro de éste la población femenina es la 
mayoritaria, representando un 50.58%. Lo anterior implica que el 62.16% de la población es menor 
a 24 años. Debe mencionarse que en el pasado reciente se ha dado una migración importante de 
zonas rurales a las urbanas. Mientras que en el 2000 la población rural era de 60%, en el 2006 dicho 
porcentaje disminuyó a 52%2
. Es importante mencionar que para el año 2025, la población 
guatemalteca rondará los 20 millones de personas, de los cuales alrededor del 34% serán niños y el 
20% serán jóvenes. 

Hechos delictivos:

Los hechos delictivos en Guatemala se han incrementado en los últimos años. En 1996 la tasa de 
homicidios por cada 100,000 habitantes era de 40, lo que equivalió a 3,619 homicidios. Ese año 
marca el final del conflicto armado interno y a raíz de ello la tasa de homicidios se redujo durante 
tres años consecutivos. En el año 1999 la tasa se situó en 26 (2,655 homicidios). A partir de 
entonces la tasa de homicidios se incrementó de forma constante, incluso superando el nivel de 
1996, ya que para el año 2008 fue de 46 (ver Gráfico 1.2.1), lo que equivalió a 6,292 homicidios3
Esta cifra sobrepasa por mucho el promedio de homicidios de América Latina, la cual se sitúa en 
alrededor de 20 homicidios por 100,000 habitantes.

En el departamento de Guatemala se comenten la mayor cantidad de homicidios (2,433). A este le 
sigue Escuintla (491), El Petén (435), Izabal (332) y Chiquimula (287). Sin embargo, al ordenar los 
departamentos acorde a la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes, es Izabal el que tiene la 
tasa mayor (86.54). Le siguen Chiquimula (82.48), Guatemala (81.26), Zacapa (79.22) y El Petén 
(77.15). Los departamentos que menor tasa de homicidios poseen son los ubicados en el occidente 
del país

Continuando con los datos recabados en el estudio de Waiselfisz, se puede notar que Guatemala 
ocupa la cuarta posición dentro de los países del estudio con una mayor tasa de homicidio juvenil5
con una tasa equivalente a 55.4, para el año 20046
. Guatemala solo es superada por El Salvador, 
Colombia y Venezuela. La tasa de homicidio joven entre 1999 y 2004 se 
incrementó en 99.4%, mientras que en el mismo período la tasa de homicidio no joven lo hizo en 
36.8%. Ello implica que los jóvenes mueren victimas de homicidio 157% más que los adultos. 
Como se ha visto, los jóvenes son las principales víctimas de la delincuencia. Ahora, se 
profundizará en otro hecho: los jóvenes son también los principales victimarios. Es decir, son el 
grupo de la población que comete más crímenes. Además, en este capítulo se discute el hecho que 
no todos los jóvenes involucrados en crímenes están vinculados a pandillas, muchos de ellos 
ingresan a la vida delictiva sin necesariamente pertenecer a ningún grupo en específico. A su vez también existe un grupo importante de jóvenes que se encuentran en riesgo de 
convertirse en delincuentes, a los cuales se les denomina población vulnerable.


Delincuencia en las escuelas

Los estudios realizados en los últimos años sobre la violencia escolar (a la que se ha denominado con el término inglés bullying, derivado de bull, matón) reflejan que dicha violencia: 1) suele incluir conductas de diversa naturaleza (burlas, amenazas, intimidaciones, agresiones físicas, aislamiento sistemático, insultos); 2) tiende a originar problemas que se repiten y prolongan durante cierto tiempo; 3) suele estar provocada por un alumno (el matón), apoyado generalmente en un grupo, contra una víctima que se encuentra indefensa, que no puede por sí misma salir de esta situación; 4) y se mantiene debido a la ignorancia o pasividad de las personas que rodean a los agresores y a las víctimas sin intervenir directamente.
Los estudios realizados sobre el bullying en la escuela reflejan que éste se produce con una frecuencia bastante superior a lo que cabría temer. Parece que a lo largo de su vida escolar todos los alumnos podrían verse dañados por este problema, como observadores pasivos, víctimas o agresores.
Y es que como sucede con las otras formas de violencia, la intimidación y victimización que se produce en la escuela puede dañar a todas las personas que con ella conviven:
1) En la víctima produce miedo y rechazo al contexto en el que se sufre la violencia, pérdida de confianza en uno mismo y en los demás, así como diversas dificultades que pueden derivarse de estos problemas (disminución del rendimiento, baja autoestima...).
2) En el agresor aumentan los problemas que le llevaron a abusar de su fuerza: disminuye su capacidad de comprensión moral así como su capacidad para la empatía, el principal motor de la competencia socio-emocional, y refuerza un estilo violento de interacción que representa un grave problema para su propio desarrollo, obstaculizando el establecimiento de relaciones positivas con el entorno que le rodea.
3) En las personas que no participan directamente de la violencia pero que conviven con ella sin hacer nada para evitarla puede producir, aunque en menor grado, problemas parecidos a los que se dan en la víctima o en el agresor (miedo a poder ser víctima de una agresión similar, reducción de la empatía...); y contribuyen a que aumente la falta de sensibilidad, la apatía y la insolidaridad respecto a los problemas de los demás, características que aumentan el riesgo de que sean en el futuro protagonistas directos de la violencia.
4) En el contexto institucional en el que se produce, la violencia reduce la calidad de la vida de las personas, dificulta el logro de la mayoría de sus objetivos (aprendizaje, calidad del trabajo...) y hace que aumenten los problemas y tensiones que la provocaron, activando una escalada de graves consecuencias.
Para prevenir o detener la violencia que a veces se produce en la escuela es preciso:
a) Adoptar un estilo no violento para expresar las tensiones y resolver los conflictos que puedan surgir.
b) Desarrollar una cultura de la no violencia, rechazando explícitamente cualquier comportamiento que provoque la intimidación y la victimización.
c) Romper la "conspiración del silencio" que suele establecerse en torno a la violencia, en la que tanto las víctimas como los observadores pasivos parecen aliarse con los agresores al no denunciar situaciones de naturaleza destructiva, que si no se interrumpen activamente desde un principio tienden a ser cada vez más graves.
Apenas se han realizado investigaciones sobre qué condiciones incrementan el riesgo de que surja la violencia en las relaciones que se establecen entre profesores y alumnos, pero los escasos estudios existentes sugieren la posibilidad de extrapolar la mayoría de los resultados obtenidos, en este sentido, en contextos familiares; según los cuales, el riesgo de violencia se incrementaría, por ejemplo, con: la falta de habilidades sociales (de comunicación y de resolución de conflictos), el estrés y la justificación de la violencia.

Entre los escolares que son víctimas de la violencia de sus compañeros suelen diferenciarse dos situaciones: 1) la víctima típica o pasiva; y 2) la víctima activa.
La víctima típica, o víctima pasiva se caracteriza por:
1) Una situación social de aislamiento (con frecuencia no tiene ni un solo amigo entre los compañeros); detectado tanto a través de las pruebas sociométricas, como a través de la observación (en el recreo o cuando los propios alumnos eligen con quién llevar a cabo una actividad); en relación a lo cual cabe considerar su escasa asertividad y dificultad de comunicación, así como su baja popularidad, que según algunos estudios llega a ser incluso inferior a la de los agresores. Para explicarlo, conviene tener en cuenta que la falta de amigos puede originar el inicio de la victimización, y que ésta puede hacer que disminuya aún más la popularidad de quién la sufre.
2) Una conducta muy pasiva, miedo ante la violencia y manifestación de vulnerabilidad (de no poder defenderse ante la intimidación), alta ansiedad (a veces incluso miedo al contacto físico y a la actividad deportiva), inseguridad y baja autoestima; características que cabe relacionar con la tendencia observada en algunas investigaciones en las víctimas pasivas a culpabilizarse de su situación y a negarla, debido probablemente a que la consideran más vergonzosa de lo que consideran su situación los agresores (que a veces parecen estar orgullosos de serlo).
3) Cierta orientación a los adultos, que cabe relacionar con el hecho observado en algunos estudios entre las víctimas pasivas de haber sido y/o estar siendo sobreprotegidas en su familia.
4) La conducta de las víctimas pasivas coincide con algunos de los problemas asociados al estereotipo femenino, en relación a lo cual es preciso interpretar el hecho de que dicha situación sea sufrida por igual por los chicos (que probablemente serán más estigmatizados por dichas características) y por las chicas (entre las que las características son más frecuentes pero menos estigmatizadoras). La asociación de dichas características con conductas infantiles permite explicar, por otra parte, por qué las víctimas pasivas disminuyen con la edad.
La víctima activa. En la mayoría de los estudios realizados sobre este tema se menciona la necesidad de diferenciar distintos tipos de víctimas, incluyendo como la segunda situación de victimización (menos frecuente y clara que la anterior), la de los escolares que se caracterizan por:
1) Una situación social de aislamiento y fuerte impopularidad, llegando a encontrarse entre los alumnos más rechazados por sus compañeros (más que los agresores y las víctimas pasivas); situación que podría estar en el origen de su selección como víctimas, aunque, como en el caso de las anteriores, también podría agravarse con la victimización.
2) Una tendencia excesiva e impulsiva a actuar, a intervenir sin llegar a elegir la conducta que puede resultar más adecuada a cada situación, con problemas de concentración, disponibilidad a emplear conductas agresivas, irritantes, provocadoras. A veces, las víctimas activas mezclan dicho papel con el de agresores.
3) Un rendimiento y un pronóstico a largo plazo peores, en ambos casos, al de las víctimas pasivas.
4) Los escolares que son víctimas activas agresivas en la relación con sus compañeros parecen haber tenido desde su primera infancia un trato familiar más hostil, abusivo y coercitivo, que los otros escolares.
5) Esta situación es más frecuente entre los chicos que entre las chicas. No disminuye de forma significativa con la edad. Y en ella pueden encontrarse con mucha frecuencia los escolares hiperactivos.
Los agresores se caracterizan por:
1) Una situación social negativa, siendo incluso rechazados por una parte importante de sus compañeros, pero están menos aislados que las víctimas, y tienen algunos amigos, que les siguen en su conducta violenta.
2) Una acentuada tendencia a la violencia, a dominar a los demás, al abuso de su fuerza (suelen ser físicamente más fuertes que los demás). Son bastante impulsivos, con escasas habilidades sociales, baja tolerancia a la frustración, dificultad para cumplir normas, relaciones negativas con los adultos y bajo rendimiento; problemas que se incrementan con la edad.
3) Su capacidad de autocrítica suele ser nula; en relación a lo cual cabe considerar el hecho observado en varias investigaciones, al intentar evaluar la autoestima de los agresores, y encontrarla media o incluso alta.
4) Entre los principales antecedentes familiares de los escolares que se convierten en agresores típicos suelen destacarse: la ausencia de una relación afectiva cálida y segura por parte de los padres, y especialmente por parte de la madre, que manifiesta actitudes negativas y/o escasa disponibilidad para atender al niño; y fuertes dificultades para enseñarle a respetar límites, combinando la permisividad ante conductas antisociales con el frecuente empleo de métodos coercitivos autoritarios, utilizando en muchos casos el castigo físico.
5) La situación de agresor es mucho más frecuente entre los chicos que entre las chicas, y suele mantenerse muy estable, o incrementarse a lo largo del tiempo; especialmente en la preadolescencia.




Consecuencias de la delincuencia juvenil

Algunos estudios han indicado que al interior de la familia se plantea también el
problema de la prevención o la facilidad de la conducta delictiva. Entre los factores
familiares negativos señalados como determinantes de la delincuencia juvenil se
encuentran:
a) Las malas relaciones familiares: con frecuencia se admite, la importancia de
fuertes lazos en la familia con el fin de que el niño o el adolescente pueda
encontrar en su circulo familiar el afecto, la estabilidad y la autoridad que necesita.
Numerosos trabajos lo han establecido y se ha convertido en un lugar común. “Los
jóvenes delincuentes se hallan rara vez en buenos términos con sus padres, estos
manifiestan con frecuencia frialdad, y hasta hostilidad hacia sus hijos; por otro lado
interrogados acerca de sus padres muchos de ellos manifiestan que no los
aprecian (especialmente al padre más que a la madre) que no quieren
parecérseles y que se comunican poco con estos” (Maurice, Cusson: 1990).
b) Falta de vigilancia parental: Ha sido señalada también como factor influyente
en la etiología de la delincuencia juvenil. Se expresa en el desinterés y la falta de
control de los padres por las actividades de sus hijos. ¿Dónde van éstos?, ¿A
quién frecuentan?, ¿Qué hacen?; Algunas investigaciones (Frechette y Le Blanc,
1987) han demostrado que este constituye el factor que se encuentra más
estrechamente ligado a la delincuencia de los menores, parece que él juega un
papel incluso más preponderante que el apego a los padres o el tipo de estructura
familiar.Las siguientes investigaciones citadas por Junger-Tas (1992) han examinado el
efecto de esta variable puesta en relación con otros factores. Por ejemplo, Wilson
(1980 y 1987) la ha estudiado relacionándola con otras variables tales como el
status socioeconómico del padre, el tamaño de la familia, el interés de los padres
por el rendimiento escolar del hijo. El estudio se basó en entrevistas a madres de
niños de 10 a 11 años de edad, las opiniones de los profesores sobre los alumnos
y las confesiones de los propios niños sobre su mal comportamiento en la escuela
y en el barrio. La supervisión de los padres fue medida por preguntas
concernientes a las actividades de los muchachos al exterior del hogar, el tiempo
de permanencia en la calle de éstos, las reglas o normas del hogar. Los resultados
de la investigación han mostrado una fuerte relación entre los factores señalados y
la supervisión o vigilancia de los padres. En esta investigación la mayoría de los
padres que habitan los barrios pobres consideraron que el hecho de vivir en estos,
hace más difícil la educación de los niños a causa de la presencia de criminalidad
en estos sectores y la indisciplina juvenil. ”Sin embargo, esto no conduce
necesariamente al relajamiento de la vigilancia, ciertos padres han dicho incluso
que ellos habían ejercido una estricta vigilancia mientras que otros han
considerado las condiciones del barrio como las que podrían explicar la mala
conducta de sus hijos. Wilson subraya que la relación entre esos “handicaps”
sociales y la delincuencia no es directa, sino indirecta. Ellos están correlacionados
con la supervisión de los padres, ella agrega que la delincuencia aumenta con el
aumento de las desventajas sociales, la negligencia de los padres y la criminalidad
de éstos” (Junger_Tas:1992,40).
Otro estudio mencionado por Junger Tas (Riley y Shaw: 1985) realizado con
adolescentes de 14 a 15 años ha mostrado que las niñas son objeto de una
vigilancia mayor que los niños. De manera interesante dice Junger Tas, el estudio
revela que los adolescentes consideran a los padres que no imponen un cierto
sentido de la disciplina como poco vigilante y cuidadoso de ellos. Igualmente, los
jóvenes delincuentes se mostraron como poco dispuestos a aceptar el control
paternal sobre la administración de su tiempo libre así mismo han revelado tener
más conflictos con sus padres que los jóvenes no delincuentes. La autora agrega
que parece que los jóvenes delincuentes han tenido una actitud más “emancipada”
de sus padres a pesar de los esfuerzos que estos últimos hacen para controlarlos.
Ellos se muestran poco interesados en los cuidados brindados por sus padres, no
los escuchan y actúan como les parecen. El estudio ha constatado que una débil
vigilancia paternal esta asociada a los comportamientos problemáticos de los
niños poco controlados en sus actividades por sus padres y con los que
frecuentemente tienen conflictos. En efecto el estudio subraya que los
adolescentes que tenían una mala relación con sus padres habían sido poco
vigilados. Entonces se puede decir que:
”Una buena relación padre-hijo es efectivamente una condición necesaria para
ejercer un buen control parental”. (Junger_Tas: 1992,41).c) Las carencias educativas de los padres: se trata aquí de aspectos
concernientes más bien a la personalidad de los padres. Con frecuencia los
padres de los jóvenes delincuentes han sido caracterizados como adultos débiles,
pasivos que pasan por alto faltas serias de sus hijos y con frecuencia alternan sus
reacciones entre la complacencia y el castigo severo a los hijos.
d) Prácticas educativas parentales: es el conjunto de conductas conscientes o
inconscientes de los padres, susceptibles de afectar al adolescente en el plan
psicológico y particularmente afectivo. Ellas comprenden las palabras y los
comportamientos dominantes de los padres en la interacción con los hijos. Si las
practicas educativas de los padres son desvalorizantes o negativas, la
representación o la imagen que el niño se hará de sí mismo será también negativa
y eso va a influenciar su comportamiento.
e) La disociación del grupo familiar: ha sido señalada como una variable que
puede tener fuertes repercusiones en el comportamiento del niño o joven.
En las investigaciones relativas al papel de las familias disociadas en la formación
y manifestación del comportamiento delictivo, el divorcio con frecuencia es el
elemento explicativo de la aparición de tal actitud. Sin embargo ciertos estudios
(Koudon 1989) han puesto de relieve la importancia de la llamada disociación
familiar “secundaria“, en ésta parámetros diferentes al divorcio o disociación
familiar "primaria" han sido tenidos en cuenta; ya no es la presencia o ausencia de
uno u otro miembro de la familia, lo que importa, sino la forma como en el seno de
la familia, las relaciones entre sus miembros se desarrollan; se ha concluido que la
ruptura en un sentido físico no significa, "ipso facto", ruptura de las relaciones
entre los padres, no significa tampoco que automáticamente haya contradicción
entre ellos. La ruptura física conyugal no es siempre mal vivida por lo niños y
adolescentes, ya que puede haber ruptura, aunque físicamente los padres estén
juntos:
“Entonces la presencia o la ausencia física de los padres en sí misma, no es
significativa; lo que es revelador es el lugar que cada uno de los padres confiere al
otro en su discurso o su comportamiento y el lugar que confieren al niño” (Koudon,
1989,180).
f) Las carencias afectivas: Factor difícil de aprehender, algunos autores afirman
que él juega un papel considerable entre los miembros de las bandas. Ellos ven en
el ingreso del joven a una banda una especie de compensación de una carencia
afectiva, aunque se precisa que por lo general los lazos afectivos en una banda
son de tipos horizontales e igualitarios y en consecuencia diferentes a los que se
establecen entre padres e hijos en el seno de una familia.
g) Delincuencia y prisión de los padres: hoy día, muchos niños y adolescentes
se encuentran relacionados directa y cotidianamente bajo diversas formas con la
prisión. Ellos la viven a través de sus padres. Las consecuencias que la privación
de la libertad de un padre tiene sobre los hijos, es objeto de muchasinvestigaciones. Nuevas política tendientes a facilitar el contacto del detenido con
el mundo exterior, y sobre todo con la familia, han sido elaboradas. Los estudios al
respecto han señalados ciertos hechos:
*La detención de un miembro de la familia puede provocar una crisis al interior de
ésta.
*Reacciones de estigmatización a la familia del detenido, en especial por parte del
vecindario.
*Las esposas consideran la educación de los hijos como uno de los más graves
problemas que plantea el encarcelamiento del padre.
*Las consecuencias psicológicas de la ausencia forzada del padre han sido
señaladas también por ejemplo la ausencia de imagen paterna y de sostén
emocional del padre.
Es necesario decir la verdad a los niños? Esta pregunta se plantea con frecuencia,
la vergüenza relacionada con el hecho, lleva en ocasiones a los adultos a
esconder la verdad: "papá esta de viaje" o "mamá esta en el hospital". Esto le crea
angustia al menor, especialmente si la situación se prolonga en el tiempo pues el
niño puede representarse una situación de peligro o de abandono mucho más
dramática para él que la verdad que se le oculta. Una situación familiar no dicha o
enmascarada puede engendrar perturbaciones más serias que decir la verdad, el
niño percibe la realidad de las cosas, pero él tiene necesidad de que ésta se
exprese en el lenguaje, en la comunicación. El tipo de daño que el niño puede
sufrir en este caso, va a depender de su edad, de su personalidad, de la duración
de la separación y del contexto familiar preexistente.
h) El rechazo y la delincuencia: La investigación en criminología y en sicología
ha diferenciado dos tipos de rechazo: El rechazo parental, es decir el de los
padres hacia los hijos y el rechazo de los hijos hacia los padres. El “rechazo
parental” ha sido definido de varias maneras: falta de amor, carencia de afecto,
etc. Pero el concepto unificado es que esos términos son el reflejo del aprecio o de
las actitudes de los padres hacia sus hijos. Con frecuencia tanto la sicología como
la sociología han asociado el rechazo parental a la delincuencia juvenil y al
comportamiento agresivo del joven.
Se ha dicho que el rechazo puede ser la causa, pero también la consecuencia de
esos comportamientos en los jóvenes. Efectivamente, el rechazo de los padres
puede conducir a los hijos a rebelarse, pero igualmente puede hacerle difícil al
padre amar a un hijo rebelde. Sin duda padres hostiles o indiferentes estarán
menos dispuestos a brindar una buena y constructiva vigilancia a sus hijos la cual
es necesaria para el desarrollo armonioso de niños y adolescentes. Ellos se
mostraran menos dispuestos a ayudar a sus hijos en situaciones de la vida
cotidiana, por ejemplo a ser aceptados por su grupo de pares. En retorno, los hijos
que crecen en un tal clima de hostilidad e indiferencia serán más susceptibles de
tener emociones y sentimientos negativos hacia sus padres.

Delincuencia juvenil

 Delincuencia es un concepto que procede del latín delinquentĭa y que permite nombrar a la acción de delinquir o la cualidad de delincuente. Delinquir es cometer un delito; es decir, violar la ley. El concepto de delincuencia, por lo tanto, hace referencia al conjunto de los delitos o a las personas que quebrantan la ley.
Juvenil, por su parte, es aquello perteneciente o relativo a la juventud. El término señala la edad
 situada entre la infancia y la adultez, un periodo que va de los 15 a los 25 años de acuerdo a 
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).


La delincuencia juvenil es un problema social de mucha importancia. Los jóvenes representan el futuro de un país: si se vuelcan a la delincuencia desde temprana edad, resulta muy difícil reincorporarlos al sistema. Además los jóvenes delincuentes suelen quedar fuera de la educación y de la contención habitual para las personas de la edad.
En el caso de los menores de edad, la mayoría de las legislaciones impide los castigos penales y cuenta con centros juveniles o institutos que apuntan a la resocialización a través de la educación.
Esta imposibilidad legal de castigo hace que muchos delincuentes juveniles sean utilizados por adultos, ya que son concientes que un menor no puede ir preso. Por eso los delitos cometidos por jóvenes suelen ser fruto de un intenso debate que busca definir cómo ayudar a estos jóvenes y, a su vez, cómo evitar que haya más víctimas de su accionar delictivo
Apuntábamos que el término delincuencia juvenil no tiene
el mismo significado para todos los criminólogos.  Difieren básicamente en dos
puntos
 El primero en determinar la edad a partir de la cual se puede hablar de
delincuente juvenil y
 El segundo, que radica en determinar cuáles deben ser las conductas que dan
lugar a calificar a un joven como delincuente.
Por cuanto hace a la edad en que podemos referirnos a la delincuencia juvenil,
participamos del criterio de estimar como tales a los que cuentan con más de 14
años de edad.El menor infractor lo podrá ser hasta los 14 años de edad, a partir de este límite,
deberá ser considerado como delincuente juvenil con los grados de
responsabilidad ya apuntados, los que desde luego no tienen pretensión de
definitividad, pues dependerá de los estudios que en lo futuro se realicen y que
permitan conocer los fenómenos físicos y psíquicos del adolescente que puedan
obligar a variar los límites de edad ya señalados, los que están apoyados en los
estudios más aceptados hasta la fecha.



martes, 11 de febrero de 2014

Causas de la delincuencia juvenil

Es poco lo que conocemos sobre las verdaderas causas por las que un joven pueda quedar atrapado en un modo de vivir que le sumerge perjudicialmente en un estado delincuencial. Las causas pueden ser orgánicas, fisiológicas, patológicas, o sociales debido a las influencias externas como el medio en el que se desarrollan los primeros años de su vida, la carencia de afectos y atención por parte de los padres o simplemente por una mala orientación.
Las actividades ilegales que desarrollan jóvenes, cuyas conductas no discurren por las normas sociales aceptadas, ni siguen las mismas pautas de integración que la mayoría, no surgen repentinamente, sino que forman parte de un proceso gradual de socialización desviada que poco a poco se va agravando. Este proceso se manifiesta más agudamente en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar acciones por cuenta propia.
Entre adolescentes no se puede considerar la existencia de un solo tipo de delincuente, ya que se observan entre ellos diferentes modos de comportamiento y actos de distinta gravedad. En algunos jóvenes la delincuencia es transitoria, utilizándola para llamar la atención, mientras que para otros se convierte en una norma de vida. Cuanto más joven sea el delincuente, más probabilidades habrá de que reincida, y los reincidentes a su vez son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.
Debemos conocer que la principal causa de que los jóvenes actúen de forma violenta y empiecen a cometer delitos y vandalismos se crea en el hogar, pues los padres no han inculcado valores en ellos, en muchos casos, la falta de responsabilidad de parte de los padres de no protegerlos, problemas familiares, y división crea vacíos en la vida del joven, el cual llena con las compañías que incitan al muchacho a caer en malos caminos que afectan a la sociedad. 


Asimismo, podemos afirmar que muchos padres se convierten en actores de la formación de los delincuentes por olvidar inculcar a sus hijos los valores morales,  la integridad moral y la dignidad que todo hombre y mujer debe tener;  además, por su falta de inteligencia para dar soporte a sus hijos engendrados en familias disociadas o en las que priman la falta del entendimiento y diálogo entre sus dos principales cabezas: El Padre y la Madre.
En tal sentido debemos señalar, que los niños que ven a sus padres disputarse entre sí, juzgan  a la sociedad en su conjunto sobre el mismo modelo, y llegan a creer que ellos también deben defender violentamente su punto de vista si no quieren ser aplastados.
Nos debe llevar a preocupación, que una gran proporción de los padres en nuestra sociedad  descuidan  la vigilancia sobre sus  hijos, obnubilados en el espejismo y la falsa creencia  de tener una familia que está  unida, lo que lleva a cometer el grave error de dejarlos solos y  con una libertad que les hace perder la vergüenza a tal extremo que se hunden en el  libertinaje.
Los niños colocados en un medio muy pobre o que viven en condiciones difíciles están fuertemente tentados a descifrar su existencia por el robo o por la búsqueda de consolaciones dudosas, ya que el medio en que se han formado ejerce en ellos una influencia disolvente  golpeadora  de la vida moral.
Hoy en día los medios y familias más afortunadas en cuanto a riquezas materiales  son  cultivos para la formación de delincuentes, debido a los tristes dramas y los vacíos espirituales y familiares que padecen, en estas familias los niños disponen de mucho más dinero y comodidades que otras clases, lo que dá por resultado que la sociedad haga nacer nuevas y grandes necesidades que sólo  pueden ser satisfechas por actos reprensibles y delictuales.
Estos actos nos llevan naturalmente a denunciar los errores de la educación como causa esencial de la delincuencia juvenil, comenzando con la severidad excesiva, que tiene por resultados  que cuando los padres son muy exigentes o estropean al niño a fuerza de quererlo hacer perfecto,  hacen nacer la rebeldía en vez de favorecer la honradez y la delincuencia. Y así vemos a estas víctimas de la disciplina fría o brutal aprovechando la primera ocasión favorable para liberarse de toda tutela y hacer lo que les dá la gana.